SALUD Y PODER

SALUD Y PODER
(Conferencia dictada en la ES.T.E.R. el jueves 18 de mayo de 2000)

JAVIER TORRÓ BIOSCA
Filósofo. Psicólogo. Psicoterapeuta reichiano. Orgonterapeuta de la ES.T.E.R. Ejerce su actividad en Valencia.

RESUMEN
Partiendo de los ideales de la Ilustración y de los presupuestos productivistas y mecanicistas de la modernidad se ve como influyen estos en la visión de la medicina moderna y como llevan a un concepto de salud y de enfermedad nocivo para la salud del ciudadano y a un sistema sanitario burocratizado, exento de contacto personal con el individuo enfermo, y que ha perdido de vista el trato humano con el sujeto. Frente a esto se plantea la visión de la salud del paradigma reichiano que retoma un concepto de salud holista basado en la dimensión bio-psico-social, desde una perspectiva pluridisciplinar y que al integrar la dimensión energética del individuo recoge toda una serie de fenómenos que la medicina moderna ya no puede seguir negando.

PALABRAS CLAVE
Salud. Enfermedad. Mecanicismo. Productivismo. Esencialismo. Normalidad. Yatrogénesis. Funcionalismo orgonómico. Bio-psico-social. Pulsación plasmática.

SUMMARY
Starting from both the ideals of the Enlightenment and the mechanicist and productivist premises of the Modern Age, the author explains how these assumtions influence the view of the modern medicine and how they lead to a concept of health and disease harmful for the citizen's health and also to the bureaucratization of the health-care system. As opposed to this the author sets out the reichian holistical view of health based on a bio-psyco-social conception of the human being, which is pluri-disciplinary and, considering the energetic side of the human being, brings together a number of phenomena that the modern medicine cannot denay any longer.

KEY WORDS
Health. Disease. Mechanicism. Productivism. Essentialism. Standard. Iatrogenic. Orgonomic funcionalism. Bio-psyco-social. Plasmatic pulsation.

Nuestra época se caracteriza porque las prácticas, las instituciones y el modo de vida que llevamos cada vez preserva menos la salud e incluso atenta contra ella de una forma directa o indirecta. Esto es consecuencia de una actitud mecanicista y economicista creciente que ha perdido de vista qué es la salud, preocupándose más por la enfermedad y los modos de combatirla, olvidándose que buscar la salud es desarrollar la dimensión humana y social del hombre en interacción respetuosa con la naturaleza.

Este pensamiento moderno, mecanicista y materialista, se contrapuso durante el Renacimiento y la Ilustración al dogmatismo y absolutismo de la época medieval, lo que suponía una toma de conciencia importante para la humanidad y un revulsivo para el cambio. De alguna forma vino a corregir los excesos de misticismo que durante algún tiempo, bastante prolongado, se dieron en occidente. Pero dicho cambio de mentalidad llevaba ya en sus inicios los gérmenes de su degradación. No en vano quienes propugnaron dicho cambio a nivel social fue la burguesía naciente y cada vez más enriquecida de las ciudades, cansada de subvencianar el lujo de una nobleza decadente y ociosa y dispuesta a ocupar un espacio de poder acorde a su riqueza, haciendo valer criterios economicistas.

Descartes, pensador con el que se dice que se inaugura la modernidad, se dedicó con ahínco a buscar un método firme para la ciencia moderna y encontró en las matemáticas su principal aliado. Para él, el hombre está compuesto de cuerpo (res extensa) y alma (res cogitans). Al alma pertenece el pensar, mientras que el atributo del cuerpo es la extensión. El cuerpo se reduce, pues, a una máquina regida por las leyes de la física, análogo a la perfección mecánica de un reloj. (El reloj era una artefacto mecánico que por aquel entonces asombraba al hombre por la posibilidad de cuantificar y medir de forma exacta el tiempo; de la misma forma que en la actualidad estamos fascinado por el ordenador y lo utilizamos como analogía de nuestro cerebro). Para Descartes, la vida se reduce entonces a un movimiento mecánico. De esta posición a la negación absoluta de cualquier realidad que no sea material y mecánica hay sólo un paso, el que da un siglo más tarde el médico y filósofo La Mettrie con la publicación de “El hombre máquina” (1747). Para La Mettrie “Descartes es el primero que ha demostrado perfectamente que los animales son puras máquinas (...) y aunque mantiene la distinción entre las dos sustancias (respecto del hombre), esto no es más que una trampa, una estratagema para hacer tragar a los teólogos un veneno oculto a la sombra de una analogía que sorprende a todo el mundo y que únicamente ellos no ven” (La Mettrie; 1987). La matematización-cuantificación de la realidad era un proceso imparable que con el transcurrir del tiempo se iría haciendo extensible a todas las parcelas del conocimiento. En aquellas en que la resistencia fue mayor la Estadística vino a completar esta cuantificación como pasó en Medicina, Psicología y otras ciencias sociales.

Durante el siglo XVIII toman consistencia toda una serie de ideales propios de la modernidad constituyendo el movimiento ilustrado y ese gran monumento al conocimiento humano que fue la Enciclopedia. Propio de la Ilustración es ensalzar la razón como instrumento para conocer pero también para organizar la sociedad, para investigar al individuo o a la naturaleza. La razón ilustrada es crítica: contra los prejuicios, contra la tradición, contra la superstición o contra la misma autoridad. Pero también autónoma; se pretende, en palabras de Kant, que el hombre salga de su autoculpable minoría de edad y, por tanto, que sea responsable y capaz de servirse de su propio entendimiento. A tal efecto comienza por aquel entonces el proceso de conseguir una educación universal que ilustre a todo el mundo. Desde el final de la modernidad apreciamos hasta qué punto ese tremendo esfuerzo ha dado un resultado tan distinto al esperado o también, por qué no, a qué otros intereses ha servido la escolarización universal.
Según Foucault, de ese interés por la razón surge también, como su otra cara, el interés por la "sinrazón" y aquellos locos que en otro tiempo formaban parte del paisaje urbano o incluso se les otorgaba poderes sobrenaturales comienzan a ser internados, en un principio junto a las prostitutas, los libertinos, los mendigos o los bandidos, es decir personajes que perjudicaban la economía del Estado. Con el tiempo llegaron a tener hospitales especializados y al unísono se fueron perfeccionando los instrumentos de clasificación de las enfermedades mentales.

Pero no sólo la enfermedad mental o la universalización de la educación sino la medicina entera es producto de esta nueva forma de ver el mundo y en concreto de la nueva ciencia. La medicina científica moderna es un producto relativamente reciente aunque con un ímpetu realmente arrollador, pues es capaz de pasar por encima no sólo de las medicinas empírico-creenciales de corte tradicional sino que con vocación imperialista conquista y somete culturas como la China o la India que poseían medicinas clásicas milenarias. Ahora bien, todo sistema médico "no puede entenderse sin tener en cuenta, por una parte, los modos de producción económica, la estructura y dinámica de la población, la estratificación social, las formas de poder político y la organización institucional; por otra, los valores, las nociones y los patrones de conducta correspondiente a la vida cotidiana, el bienestar y el sufrimiento, las edades y sexo de los seres humanos, la religión y la moral, el arte y el pensamiento, la ciencia y la técnica" (J. Mª. López Piñero; 2000; pág. 8). Es por esto, que nuestra medicina es un producto más de nuestra época y se ha llenado de mecanicismo, de economicismo, de un exceso de tecnología y de una organización compleja y omnipresente perdiendo de vista al hombre como unidad y, por ende, la salud.

La proliferación masiva de la medicina en el último siglo en países ricos y la colonización de sus prácticas en países pobres no parece haber supuesto un cambio radical en el nivel de salud de la población, todo lo más se han cambiado unas enfermedades por otras y lo que se ha vendido como grandes éxitos de la medicina, como la lucha contra las epidemias de principio de siglo, parece haber influido menos que la propia realidad cíclica de las epidemias a nivel poblacional. Además, no siempre se han tenido en cuenta los efectos secundarios de muchas de estas vacunas; así Michel Odent nos relaciona en un artículo aparecido en “Natura Medicatrix” en la primavera de 1995, la epidemia de asma infantil de los últimos treinta años con la vacunación antidiftérica mediante un estudio en el que aparece una diferencia significativa entre un grupo de niños vacunados de difteria y que había desarrollado posteriormente asma en un 10’69% de los casos y otro grupo de niños no vacunado en el que solo se había dado un caso de asma. Quizá algunas medidas de higiene pública hayan tenido más repercusión en el aumento de esperanza de vida de la población y en el nivel de salud general que los mismos programas institucionales. La cloración del agua corriente, la instalación del alcantarillado, la mejora de la alimentación y de la vivienda y las condiciones de trabajo o el nivel de apoyo social de las personas, son determinantes que parecen explicar en mayor medida el nivel de salud de un individuo o de una población. Los enormes gastos en tecnología médica han creado en muchas ocasiones la ilusión de la eficacia de determinados tratamientos. Dice Ivan Illich: "El tratamiento del cáncer cutáneo es sumamente eficaz. No tenemos pruebas claras de la eficacia del tratamiento en las demás formas de cáncer. El cáncer de la mama es la forma más común. La tasa de supervivencia después de 5 años es del 50%, independientemente de la frecuencia con que se practiquen exámanes médicos y del tratamiento que se emplee. No se ha demostrado que esta tasa difiera de la del cáncer no tratado. Aunque los clínicos suelen destacar la importancia del diagnóstico y del tratamiento precoces de éste y otros varios tipos de cáncer, los epidemiólogos han comenzado a dudar que se modifiquen las tasas de supervivencia con la intervención temprana" (Illich; 1975; p.21).

Por otra parte, el dolor, las disfunciones o las incapacidades producidas por la yatrogénesis clínica, es decir (yatro: médico; génesis: origen), por los tratamientos aplicados por la medicina, ha aumentado con la medicalización de la vida en nuestras sociedades. "Cada 24 a 36 horas, del 50 al 80% de los adultos en EEUU y en el Reino Unido ingiere un producto químico por prescripción medica. Algunos toman un medicamento equivocado, otros lo toman contaminado o envejecido, algunos más lo obtienen falsificado, otros toman varias drogas que son peligrosas o las ingieren en combinaciones peligrosas (…) Algunos medicamentos forman hábito, otros producen efectos mutilantes o son mutágenos, aunque quizá únicamente en acción sinérgica con colorantes de alimentos o con insecticidas. En algunos pacientes los antibióticos alteran la flora bacteriana normal y provocan una superinfección (…) Otras medicinas contribuyen a crecer cepas de bacterias resistentes (…) Las operaciones quirúrgicas innecesarias son procedimientos habituales. El tratamiento médico de enfermedades no existentes producen no-enfermedades incapacitantes con una frecuencia cada vez mayor" (Illich; 1975; ps.24-26). Si bien es cierto que la negligencia o la incompetencia no es un tema nuevo en la profesión médica, sospecho que detrás de este paisaje desolador se encuentran fuertes intereses económicos de las multinacionales farmacéuticas y no el intento sincero de paliar el sufrimiento humano.

La tecnificación y la superespecialización son otros dos males que aquejan a la medicina científica moderna separándola de la salud como un concepto global y de la visión integral del sujeto. Ambos hechos surgen de otro de los ideales de la Ilustración, la idea de progreso. Autores como Voltaire, Turgot o Condorcet consideraron que la evolución de las artes y las ciencias es la clave para el desarrollo de la sociedad. La fe en la ciencia nos llevaría a un progreso continuado que iría resolviendo los problemas de la humanidad. Ahora bien, los problemas son fundamentalmente de tipo práctico y, por tanto, la ciencia básica debe estar dirigida a la aplicación tecnológica. Tales ideas hicieron albergar en el espíritu de aquellos iluminados grandes esperanzas pero en la actualidad nuestra perspectiva es diferente también. En la actualidad no existe una ciencia básica pura e inmaculada que mira por los intereses de la humanidad. Más bien se da una tecnología que bajo los auspicios de los programas gubernamentales de I+D o de grandes multinacionales, responde a intereses económicos concretos y unos científicos que con sus investigaciones fomentan y apoyan esa tecnología. Así pues, la propia tecnificación de la realidad y también de la medicina es un mercado y como tal, responde a sus intereses y no a los del hombre que la sufre.

Muchas de esas máquinas de diagnóstico, control o exploración hacen lo mismo que hacía el médico de antaño con sus propias manos, pero además del tremendo gasto baldío que supone, se pierde el contacto humano y se mecaniza la relación. Dicha incomprensible actitud sólo se mantiene por la fascinación que produce la máquina en una mentalidad mecanicista como la nuestra y por la pasividad del hombre moderno. Como dice Illich: "En lugar de movilizar las facultades de autocuración del enfermo, la moderna magia médica convierte a éste en un espectador débil y perplejo. (…) Todos los rituales tienen una característica fundamental en común: aumentan la tolerancia para la incongruencia cognoscitiva." (Illich; 1975; p.66). Por otra parte, la propia aplicación tecnológica produce sus efectos no deseados que no siempre son tenidos en cuenta a la hora de introducir en el mercado de la salud el nuevo artefacto. Para paliarlos se produce una nueva aplicación tecnológica. En definitiva, con la aplicación tecnológica en medicina hay como una huida de la responsabilidad y del contacto, como una pasividad y distanciamiento mediado por el ritual frío de la máquina. Al médico ha dejado de interesarle el arte práctico de curar y se ha convertido en un tecnócrata de la medicina ( en EEUU están colocando máquinas en los supermercados en las que tu especificas tus síntomas y te sale el medicamento apropiado). Por otra parte, cada vez existe una mayor especialización en la medicina con lo que se hace más difícil un concepto de la salud global y la coordinación de los distintos especialistas, al mismo tiempo que crece el posible riesgo de cometer errores y provocar lesiones por la inesperada sinergía de diferentes terapeutas. La tendencia a la superespecialización cumple en nuestras sociedades la función mágica de generar y sostener la ilusión del progreso, sumergiendo realmente al individuo en una realidad fraccionada y dispersa y aumentando así la soledad y la incomprensión.

Cuando Kant planteaba el movimiento de la Ilustración como una salida del hombre de su autoculpable minoría de edad, como la posibilidad de servirse del propio entendimiento sin la guía del otro, en absoluto era consciente de las diferentes fuerzas que actuaban en contra de esa actitud. Marx analizó cómo la estructura de clases responde a los intereses de la clase dominante y está basada en la economía; cómo la infraestuctura económica determina la estructura social y la ideología dominante en una sociedad. Por tanto había que crear las condiciones para que el proletariado tomara conciencia de su situación de opresión y se pudiera dar la tranformación revolucionaria. Pero en distintos lugares se crearon las condiciones sin que llegara el proceso de liberación revolucionaria. Reich descubrió una nueva fuerza que actúa en contra de la vida y la planteó en "Psicología de masas del fascismo". ¿Por qué el hombre tiene miedo a la libertad? ¿Por qué el hombre no es capaz de asumir su responsabilidad? El mecanismo que incapacita al hombre a ser libre es la represión social de la vida sexual que se fue desarrollando mediante la interiorización de la familia patriarcal y enraizando en la estructura caracterial del individuo. Ese es el mecanismo por el que el poder y la autoridad se reproducen una y otra vez en la sociedad e impiden que las masas asuman su responsabilidad. Esta es la causa por la que el poder está inscrito en nuestros gestos, en nuestros puestos de trabajo, en nuestras instituciones, en nuestras relaciones interpersonales, …, como indica la microfísica del poder de M. Foucault. El individuo se hace dependiente y sumiso y es llevado por su propia coraza caracteriológica a asumir la ideología y las estructuras de poder de la sociedad en la que vive. Por tanto, parodiando a Reich, lo que hay que explicar no es por qué el ciudadano asume un sistema sanitario regido por criterios economicistas, burocratizado y tecnocrático, que pierde de vista el concepto de salud y la relación humana con el enfermo; más bien lo que hay que explicar es por qué el ciudadano aguanta esa situación y actúa como un sumiso corderito sin rebelarse, por qué sigue creyendo que no puede afrontar las enfermedades sin las drogas que le recetan los médicos y le deterioran el sistema inmunológico, o por qué los médicos no asumen su responsabilidad humana y se olvidan de la función burocrática y tecnocrática que les otorgan las estructuras de poder. Según Ivan Illich, "la proliferación de agentes médicos es insalubre no única y primordialmente a causa de las lesiones específicas funcionales u orgánicas producidas por los médicos, sino a causa de que producen dependencia. Y esta dependencia respecto de la intervención profesional tiende a empobrecer los aspectos no médicos -saludables y curativos- de los ambientes social y físico, y también a reducir la capacidad orgánica y psicológica del común de las gentes para afrontar problemas". (Illich; 1975; p.48). La industria farmacéutica aumenta día a día su poder y su influencia sobre la salud y a medida que el país es más pobre aumenta el número de enfermedades producidas por el uso compulsivo de medicamentos. Los productos farmacéuticos que actúan sobre el sistema nervioso central suponen el 31% del total de ventas en EEUU en la década de los setenta. Yurich ha indicado que las drogas que producen hábito han generado una enorme infraestructura en la cual el gobierno gasta muchas veces más que los toxicómanos. Existe una correlación entre el uso de tranquilizantes y la renta per cápita en todo el mundo. En un estudio publicado recientemente en The Journal of the American Medical Association (JAMA) y del que se hace eco El Pais en un artículo aparecido en enero de 2000 se denuncia el uso de psicofármacos para estimular o calmar a niños menores de cinco años aun cuando está expresamente contraindicado. Dicha práctica ha aumentado en un 50% entre 1991 y 1995. En concreto el uso del Ritalin para la hiperactividad o el Prozac como antidepresivo y el Clonidine, un antipsicótico que se está recetando para el insomnio, sabiendo que algunos de los efectos secundarios son la disminución del ritmo cardíaco y los desmayos. Por su parte, el Retalin se asocia con determinados casos de muerte súbita, taquicardia e insomnio. Por otro lado, pese a ser reconocido por una amplia mayoría de los médicos que el insomnio no es una enfermedad, sigue siendo tratado masivamente con somníferos y produciendo trastornos todavía mayores de los que evita. Como dice Neil R. Carlson: "Irónicamente, la causa más importante de insomnio es tomar somníferos. El insomnio no es un trastorno que se pueda corregir mediante un fármaco, como ocurre con la diabetes, que puede ser tratada con insulina. El insomnio es un síntoma. Si está causado por dolor o incomodidad, se debe tratar el achaque físico que da lugar al insomnio. Si es secundario a problemas personales o trastornos psicológicos, estos problemas deben ser afrontados directamente. Los pacientes que reciben una medicación para el sueño desarrollan tolerancia al fármaco y sufren síntomas de rebote cuando se les retira (Weitzman, 1981). Es decir, el fármaco pierde su efectividad, por lo que el paciente le pide al médico dosis mayores. Si el paciente intenta dormir sin la medicación de costumbre o si una noche toma una dosis menor, experimenta un efecto de abstinencia: se produce una importante alteración del sueño. El paciente se convence de que el insomnio es todavía peor que antes y vuelve a tomar más medicación para aliviarlo. Este síntoma común recibe el nombre de insomnio fármaco-dependiente. Kales y cols. (1979) observaron que la retirada de algunos somníferos produce un rebote de insomnio incluso tras haberse utilizado durante tan sólo tres noches" (Carlson; 1999; pág. 330)

La medicalización de la vida supone aceptar que la gente necesita cuidados médicos de forma sistemática por el hecho de que va a nacer, de estar recién nacido, en el climaterio, en la vejez o la muerte. La vejez, por ejemplo, no es una enfermedad, sin embargo ha sido recientemente medicalizada y supone un sector de población ampliamente rentable para la industria farmacéutica. Sin embargo de todos es sabido que la medicina no puede hacer mucho por las enfermedades asociadas a la vejez y tampoco puede actuar sobre el proceso de envejecimiento. Además el internamiento en sanatorios o asilos suele ser un factor desencademante de enfermedades y suele acortar la vida. Parece que algunos ancianos eligen el asilo para acabar antes con sus vidas pues por lo general prefieren permanecer con sus familias.

El embarazo y el parto es otro ámbito recientemente medicalizado. En época relativamente próxima se pusieron de moda las consultas prenatales mensuales en la que se hace un uso excesivo de la ecografía, un artefacto que funciona con ultrasonido y del que se han realizado algunos estudios de los posibles efectos yatrogénicos. En dichas consultas se suele recetar hierro, ácido fólico y algún que otro complejo vitamínico. La carencia de hierro no suele corregirse a lo largo del embarazo pese a la ingestión continuada del mismo. El ácido fólico está presente en el hígado y en muchas verduras por lo que su déficit es raro. En general una alimentación sana, con productos naturales y energéticos es suficiente para llevar adelante un buen embarazo. Posteriormente el parto clínico no respeta el ritmo natural del embarazo, provocándolo la mayoría de los casos por interés del propio médico que lo asiste, mediante inyecciones de oxitocina, una hormona que el cuerpo segrega de forma natural. También se ha generalizado recientemente en algunos hospitales la anestesia epidural, los monitores y la episiotomía, y ante la menor dificultad se recurre a la cesárea, los fórceps o la utilización rutinaria de la tecnología disponible (incubadora, anestesia total,…). Para nada se tiene en cuenta el estado emocional de la mujer que va a parir y que se enfrenta a una experiencia excepcional en su vida. En el mejor de los casos, se separa inmediatamente al bebé encogido y temeroso de su madre que desea tenerlo en sus brazos pero que se muerde la lengua aturdida y dopada por aquella exhibición de poder. Se actúa como si el niño no sintiera nada y fuese un espectador inocente e irrelevante del acontecimiento. En la actualidad el parto natural, en casa o en hospital, dispone de las suficientes garantías para que ese acontecimiento tan especial sea respetado sin correr ningún riesgo innecesario, pero sigue siendo una minoría muy escasa los que optan por esta forma de parir.

Inmediatamente aparece otra de las consecuencias del eufemístico proceso de modernización llevado a cabo por la medicina moderna. Se trata del relativamente reciente descenso en picado de la lactancia materna. " En Barcelona, el 90% de las madres comienzan a amamantar pero la prevalencia a los tres meses es de sólo 13% para la lactancia exclusiva , más un 18% de mixta. (…) La causa de este dramático fracaso precoz de la lactancia (común en casi toda España) no puede ser la hipogalactia, cuando el 100% de las mujeres en las comunidades rurales de Nigeria, Etiopía o la India amamantan a los nueve meses. Es difícil aceptar que más de un 2% de las mujeres sufran patología endocrina o mamaria que impida la lactancia. Tampoco es la causa la falta de interés de la madre, cuando un 90% lo intenta con toda su voluntad. Ni el trabajo materno, pues la mayoría de los fracasos se producen mucho antes de que finalice la baja por maternidad.

Debemos de reconocer que miles de madres españolas, que desean amamantar y desean hacerlo, fracasan durante las primeras semanas, y que las normas erróneas que reciben de sus familiares y del personal sanitario son causa principal de su fracaso" (J. Gonzalo Rodriguez y J Guerrero Desirre; 1989). Este hecho resulta especialmente flagrante cuando en la actualidad todo médico reconoce que los recién nacidos que reciben lactancia natural contraen menos infecciones que los que se alimentan de biberón. Además, UNICEF y la Organización mundial de la Salud recomiendan la lactancia natural hasta los dos años o más incluso. Más, si uno cae en la cuenta del negocio de las leches maternizadas utilizadas en los biberones, de los productos parafarmacéuticos innecesarios o de la multitud de medicación que se consume a esas edades debido en parte a esa prematura y traumática pérdida de la lactancia materna, entiende los "criterios de salud" que rigen este hecho realmente vergonzoso para la medicina científica moderna.

La ciencia moderna, en general, intenta comprender la realidad con una mentalidad analítica, desmenuzando el objeto de investigación hasta llegar a las naturalezas simples, a las esencias inmutables, y desde allí describir el objeto de una forma estática, pretendiendo así sujetarlo, asirlo, que ninguna pieza escape a la razón omnipresente. Esta visión esencialista se transforma en el terreno de la medicina en clasificaciones de enfermedades y en descripciones de síntomas. Como dice Foucault: "Se postula que la enfermedad es una esencia, una entidad específica señalable por los síntomas que la evidencian, pero anterior a ellos; (…) hay un postulado naturalista que erige la enfermedad en una especie natural; la unidad que se atribuye a cada grupo nosográfico detrás del polimorfismo de los síntomas sería como la unidad de una especie definida por sus características permanentes y diversificada en subgrupos." (Foucault; 1984 pag.15-16). Además la medicina moderna, al preocuparse en exceso por la enfermedad se olvida de que ésta es un componente inevitable de la vida humana, con una evolución definida y limitada y de que existe una interacción funcional entre el individuo y su ambiente en un determinado contexto ecológico. Es ahí, en esa interacción, donde la enfermedad cobra sentido y donde se debe interpretar. No para reparar mecánicamente el organismo estropeado y así que no se detenga la cadena de producción social, que se oculte el sufrimiento y la angustia que hay a la base, que se sede el dolor y sigamos viviendo nuestra existencia alienada y narcotizada, sino para ayudar al individuo a que reflexione sobre sus condiciones existenciales y comprenda el sentido de su vida. La cura es también una actividad del enfermo y no se puede dejar pasivamente en las manos del médico. Esa pasividad predispone al individuo para consumir mas y mas medicación. En palabras de Foucault: "Querer desligar al enfermo de sus condiciones de existencia, y querer separar la enfermedad de sus condiciones de aparición, es encerrarse en la misma abstracción" (Foucault; 1984; pág. 122). "El hecho de que la medicina moderna haya adquirido gran eficacia para síntomas específicos no significa que haya llegado a ser mas beneficiosa para la salud del enfermo" (Illich; 1975; pág. 54).

El animal humano es el único en el planeta que tiene conciencia de su temporalidad y, por tanto, de su fragilidad y de su muerte. Esto hace que todas las culturas que existen y han existido históricamente en el planeta se planteen el tema de la enfermedad, el dolor y la muerte. Cualquier cultura ha equipado a sus individuos para que toleren y acepten el dolor, para que comprendan e interpreten la enfermedad y para que el encuentro con la muerte sea significativo y cierre el sentido de la existencia. Pero para la sociedad moderna, imbuida de economicismo y mecanicismo, el individuo es un engranaje en el sistema productivo, por tanto la patología se entiende como baja laboral, como incapacidad de trabajar o producir. Así pues, lo que se pretende es eliminar la enfermedad y el dolor y luchar contra la muerte. El ideal de la mentalidad moderna sobre la normalidad es la de un ser enganchado eternamente al engranaje de producción, como le ocurría a Sísifo en el famoso mito que Camus interpretó tan bien, y que con mentalidad positiva y resignada acepte la fatalidad de su destino. No es a la enfermedad a la que hay que interrogar buscando su esencia, sino que hay que partir de la alienación del individuo en la sociedad, de las condiciones de existencia como situación originaria para poder descubrir luego la enfermedad y la patología. La patología no está definida por los fenómenos que se alejan de la media, como pensaba Durkheim, sino por los que no se alinean en una mentalidad productivista y mecánica . En consecuencia, el profesional de la salud se encuentra con la presión social para entrar en este juego que le otorga la función de mantener la normalidad de la gente y se convierte en un mecánico que intenta aliviar los síntomas para que los ciudadanos sigan produciendo. Esto le impide al médico una actuación responsable, creativa y humana. El ciudadano asume su papel pasivamente y acude periódicamente a su taller-médico para que le ratifiquen mediante un chequeo el estado de su cuerpo mecánico, no sea que, por un descuido, dejemos parada la cadena de producción.

PROPUESTA DE SALUD DESDE LA ORGONOMIA
Desde hace ya algún tiempo, en el movimiento post-reichiano venimos hablando del surgimiento de un nuevo paradigma científico, basado en el funcionalismo orgonómico de Reich, de base dialéctica. Y es precisamente aquí, en el campo de la salud, donde dicho paradigma se ha forjado frente a la ciencia mecanicista actual.

Para la orgonomía el hombre no es un artefacto mecánico, ni la expresión de un dualismo compuesto de cuerpo y alma. Para nosotros existe una identidad funcional entre lo psíquico y lo somático, con un principio funcional común, que es la pulsación biológica, que sería la función básica común a todos los seres vivos. Frente a una visión localista de la enfermedad, propugnamos una visión holística en la que se considera la enfermedad como una alteración del organismo en su conjunto. Y además, desde la perspectiva dialéctica situamos al individuo en una dimensión bio-psico-social. Como dice X. Serrano: "La orgonomía parte de una concepción bio-psico-social del individuo y de la enfermedad y la salud, teniendo en su punto de mira tres factores interrelacionados como en un triángulo: la predisposición constitucional genética-bioenergética, las relaciones objetales en su historia infantil y los factores socio-económicos y afectivos actuales": (Serrano; 1990). En ese sentido estaríamos más cerca del concepto de salud de la Organización Mundial de la salud para quien: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social. No consiste solamente en la ausencia de enfermedad o dolencia”.

Por otra parte, no se da la tendencia a la superespecialización de la ciencia moderna y de la medicina moderna en concreto (debido a su vertiente analítica y esencialista), sino que se tiende a la colaboración entre profesionales, a la integración y a la pluridisciplinariedad para poder entender la totalidad del individuo y su integración en el ecosistema social. Además consideramos no solo la base material del organismo, sino la base energética. Cada individuo contiene energía orgónica en cada una de sus células y, en general, en todo el organismo. Dicha energía es la base de la emoción, elemento fundamental para la expansión o contracción biológica. Como dice M. García y M. Redón:" la clave está en la emoción, que no es sino un movimiento energético expresivo en sentido centrífugo, desde el interior al exterior, acompañado de una vivencia psicológica. La salud implica una integración de funciones en este movimiento energético.

Existe una antítesis funcional entre el elemento somático y el elemento psíquico, pero la emoción radica básicamente en la activación del movimiento energético protoplasmático y es la energía de la emoción la que catectiza libidinalmente el elemento psíquico" (M. García y M. Redón,1990). Precisamente esta dimensión energética del ser humano va a permitir explicar todo una serie de prácticas y técnicas milenarias que cada vez se generalizan más en la sociedad, incluso en los centros hospitalarios, pero que no pueden ser explicadas desde el paradigma mecanicista de la medicina científica moderna. Me refiero a técnicas como la acupuntura (con las unidades del dolor en los hospitales), el reiki, el yoga o el tai-chi; u orientaciones de salud como la macrobiótica, la homeopatía, la medicina ayurvédica o las flores de Bach.

Así, pues, frente a la medicina moderna que se centra en la enfermedad como una especie morbosa y en la descripción de los síntomas, buscando reinsertar al individuo en el concepto estadístico y economicista de normalidad, la medicina orgonómica y la orgonomía en general, parte del concepto de salud entendida como la posibilidad de integración de funciones parciales en el organismo como totalidad y la libre pulsación que permita el metabolismo energético y, por tanto, la autoregulación homeostática. Base para la capacidad de contacto y la posibilidad de abandono en la sexualidad y, por tanto, para la vivencia de la autonomía y la libertad. Desde esta perspectiva el síntoma va a ser una respuesta homeostática del organismo para evitar un mal mayor y responderá siempre a la particularidad propia de cada individuo, es decir, de su estructura caracterial y de la realidad existencial en la que se encuentre. Por eso dicen García y Redón " que no hay enfermedades sino enfermos" y que "es necesario individualizar los procesos terapéuticos".

En este sentido se reivindica el proceso de la cura desde la medicina o la psicoterapia como un arte, sin abandonar los presupuestos científicos, en el que el sujeto que ha sufrido una ruptura de su ritmo existencia por problemas de salud acude a otro en demanda de ayuda y este otro, reconociendo y utilizando su posición asimétrica de autoridad frente al enfermo, posibilita el reconocimiento de la lógica interna del trastorno desde una posición activa. Y no como se da en la medicina moderna en la que el "paciente" se somete pasivamente a la magia del poder médico.

La orgonomía parte de una idea de salud como un punto de referencia utópico que aspira a alcanzar, puesto que reconocemos que debido a las limitadas condiciones existenciales del mundo en que vivimos, el ser humano ha tenido que crearse una coraza caracteromuscular para poder defenderse de la agresión exterior. Como dice F. Navarro, el miedo es la emoción fundamental por cuanto provoca la contracción del organismo vivo e impide la pulsación. Cuando la amenaza externa desaparece el organismo vuelve a los movimientos de contracción y expansión propios de la pulsación plasmática e imprescindibles para el metabolismo energético. Pero si dicha amenaza persiste de forma crónica, pueden dañarse partes del organismo que ya no participan de la pulsación o bien les resulta imposible esbozar una respuesta emocional contrapuesta a la amenaza, y, por tanto, tendremos unas consecuencias u otras dependiendo de la fase evolutiva en la que se encuentre el sujeto. (Fase oral primitiva; Fase oral primaria; Fase oral secundaria; Fase genital infantil; Fase genital adulta). Dando mayor importancia a la frustración biológica relacionada con las necesidades básicas primarias del individuo en cada fase, que a la frustración cultural, relacionada con las condiciones sociales impuestas.

Desde este punto de vista se hace imprescindible el trabajo de profilaxis que vaya poniendo los medios para una mayor capacidad de salud del animal humano acorazado y empobrecido y del medio en el que se desenvuelve. Pues nosotros desde la orgonomía si nos tomamos en serio la libertad del individuo, el respeto por la individualidad y la responsabilidad humana, buscando el desarrollo integral de las capacidades del individuo. Y también nos tomamos en serio la razón, reflejo del proceder dialéctico de la naturaleza.

Quisiera finalizar con una cita de un artículo de Maite Sánchez Pinuaga que a mi me gusta mucho pues relaciona la agresión humana a la naturaleza con el distanciamiento de nuestra propia naturaleza, es decir con nuestra pérdida de contacto a nivel corporal y energético: “Cada vez más lejos de nuestro “ser animal” y más cerca de "la máquina" …, cada vez más presos de la gran contradicción vital: sentir (=vivir), o … no sentir (=sobrevivir), generamos embarazos y nacimientos, una crianza y una educación que desnaturaliza y deshumaniza la existencia humana. El resto de perturbaciones ecológicas -producidas por nuestra especie- no son más que consecuencias de la destructividad y la falta de "contacto" con las propias sensaciones de la vida, el amor, de respeto … fruto de la continuada obstrucción de la satisfacción instintiva del placer, vivida ya desde el útero … hasta el final de nuestros días" (Maite S. Pinuaga: Reflexiones sobre salud y humanización).

BIBLIOGRAFÍA
FOUCAULT, M. : La enfermedad mental y personalidad, Barcelona, Paidos, 1984.
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