EL MÉTODO DEL FUNCIONALISMO ORGONÓMICO (2.a parte)

RESUMEN
Siguiendo la línea de la primera parte el autor describe las principales características del funcionalismo orgonómico completando los parámetros entre los que se mueve dicho pensamiento. Viendo éste como generativo, histórico, donde el desarrollo de los acontecimientos mismos va marcando el proceso de la investigación. Donde la verdad se contempla como un «desvelamiento», pero con una base dialéctica y donde el sujeto está implicado en su proceso de pensamiento o de investigación. Definiendo la ergonomía como una ciencia radical.».

PALABRAS CLAVE
Dialéctica. Funcionalismo. Orgonomía. Motilidad bioenergética.

SUMMARY
Along the lines of the first part, the author describes the main characteristics of orgonomic functinalism, completing the parameters that help to define this line of thought. It is seen as generative, historical, so that the research process is determined by the development of events. Truth is contemplated as an «unveiling», but with a dialectical basis, and the subject is involved in the thinking of research process. Orgonomy is defined as a radical science».

KEY WORD.
Dialectics. Functionalism. Orgonomy. Bioenergetic motility.
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(1) Profesor de filosofía. Níjar ( Almería).

«Nosotros no nos reflejamos en la naturaleza en términos dialécticos. El proceso mismo de la naturaleza es dialéctico. Lejos de ser conceptualizaciones, la diferenciación de la unidad y la relación antitética de la realidad se puede ver, valorar, fotografiar. Por medio de su aparato vegetativo, cada organismo vivo es una parte de toda la naturaleza viviente, el resultado del fraccionamiento general de la 'única' vida vegetativa en millones de especies vitales: al mismo tiempo cada organismo vivo es diferente tanto del resto del mundo vegetativo como de todos los otros organismos vivos, tanto por lo que respecta al acto de comer, como al acto sexual o incluso en el papel pasivo del objeto comido.» (MET. PEN.; W.Reich)

En el artículo aparecido en la revista anterior había formulado la hipótesis de que el pensamiento reichiano era un nuevo paradigma científico inscrito dentro de una metodología funcionalista, dialéctica y materialista, por cuanto que ya indicamos como Reich retomaba también los presupuestos metodológicos y epistemológicos marxistas. Para demostrar tal hipótesis comencé demostrando como funcionaba el método reichiano, o lo que es lo mismo, como funciona la realidad internamente, y lo demarqué frente a las metodologías mecanicistas o vitalistas. En este artículo describiré las características principales del funcionalismo orgonómico, completando así, el proceso de descripción de los parámetros entre los que se mueve este pensamiento. Estos parámetros, como expliqué en su día, no constriñen en absoluto a la realidad. Reich es como un pintor que con pincelada firme se atreve a dibujar de frente a la realidad, pero no para mostrar orgulloso su obra y valorarla más que la realidad misma, sino para comprenderla y, de esta forma, comprenderse más a si mismo y al mundo que le rodea. Para Reich la unidad domina el todo. Esto significa que la verdad de una cosa no se encuentra en la cosa aislada, fija como algo constante, sino en la estructura, en la conexión con el todo. Cuando se toma una palabra, un concepto, un dato de forma aislada, se está cayendo en la unilateralidad y, por tanto, en el error. Así pues, la investigación científica debe estar guiada por la visión del detalle y de la totalidad al mismo tiempo. De igual forma en un organismo aislado o, en general, en una unidad cualquiera, la diferenciación de esta unidad no toca la unidad del todo, sino que funciona como un todo unitario e indivisible, sin la idea metafísica de base de que el organismo sea algo que quiere conservar a los individuos y a la especie. El hombre como organismo individual se integra en su entorno, o más aún, en el cosmos que le rodea, y en esta integración se produce la simultaneidad de identidad y antítesis: la singularidad de un organismo en su identidad se contrapone al mundo, pero éste a su vez es un todo omniabarcador que integra a aquél como sustentáculo de sus funciones parciales, que son análogas a las de otros organismos o incluso a las del mismo cosmos. «La carencia de la concepción químico-mecanicista de la vida consiste en el hecho de que se intenta llegar de lo particular a lo general, uniendo detalles en vez de buscar la función del todo en cada singularidad. Desde el punto de vista de nuestro método de base no hay diferencia entre la corriente plasmática de una ameba, que se puede ver, y la corriente vegetativa que se experimenta en ciertos estados de excitación. No se puede explicar la función de un árbol definiendo la composición química de la celulosa» (MET. PEN.; Reich).

En esa unidad que domina el todo persisten funciones naturales objetivas, o lo que es lo mismo, las funciones naturales integran el todo. Y estas funciones naturales objetivas son fundamentalmente racionales, no porque ellas se conozcan a si mismas como racionales, evidentemente, sino porque nosotros como organismos individuales dotados de conciencia reconocemos en nosotros mismos esas funciones análogas a las del cosmos. Tomando contacto con nuestro cuerpo y con nuestras propias emociones es como mejor podemos tomar contacto con esa «lógica funcional objetiva de la naturaleza» que también opera de forma inevitable en el hombre. Como decía Hegel: «Todo lo real es racional». El mundo es racional sólo precisa que seamos capaces de verlo con ojos racionales. Esto no quiere decir, en absoluto, que todo lo que ocurra sea racional o que no se dé la irracionalidad —decir esto seria de ciegos—. No obstante, lo irracional, lo ilógico también tiene una cierta lógica aunque ésta se inscribe dentro del ámbito del reino del Diablo, sería la "«lógica de lo ilógico» (1). Hay una verdad y una racionalidad en todo lo irracional. «Conocer lo racional que hay dentro de lo profundamente irracional es la marca del vivir verídico, es decir, de la percepción enteramente viva de las condiciones de la vida de cada uno» (ASE. CRIS.; págs. 264-265. Reich). Al mismo tiempo, la idea de Dios» surge de la convicción íntima del hombre de que existe en el universos una lógica funcional objetiva, una racionalidad que gobierna el todo.

Para entender la forma de proceder de Reich tenemos que saber que el pensamiento reichiano es básicamente generativo e histórico. El desarrollo de los acontecimientos mismos va marcando el proceso de investigación. No se tiene ni una idea ni unos resultados predeterminados o preconcebidos que hay que obtener, porque se aspira a comprender lo real y no a cambiarlo. El verdadero cambio sólo surge de la comprensión. Por eso dice Reich: «Dejad que la gente se salve a sí misma. Este será el único camino hacia la salvación: hacia la salvación verdadera y real, sana. La vida es suficientemente fuerte como para salvarse a sí misma. Simplemente vivid vuestra vida delante de ellos» (ASE. CRIS.; págs. 201-202. Reich). A otros niveles la función es la misma; no se trata de constreñir nada para provocar una transformación a nuestro antojo; las cosas cambiarán cuando las comprendamos realmente y sepamos facilitarles la vía de su expresión o crecimiento de dentro a fuera. Por otra parte, la vida, en su desarrollo histórico, no progresa hacia ningún fin determinado porque no tiene ninguna idea preconcebida de lo que sucederá en el futuro; deja que los acontecimientos sigan su curso natural, es decir, el proceso mismo que surge como continuidad del presente. No obstante, Reich tiene la esperanza de que algún día podamos vivir en el reino de la libertad y la razón; para él, las utopías no han muerto: «El Reino de Dios en la Tierra, que es este sentir y vibrar de la Vida viviente en Cristo, así como en todos los hombres de la Tierra, llegará con toda seguridad, en otro tiempo existió. No puede dejar de volver. Esto es, de hecho, tan evidente por sí mismo, que debe de estar a la vuelta de la esquina. El hecho de que el Reino de los Cielos en la Tierra aún no haya llegado es más bien una pesadilla. Tiene que haber una razón para ello, puesto que es tan evidente de qué se trata, cómo se lo siente y cuan simple y bella es esta forma de ser». («ASE. CRIS.», pág. 63. Reich).

La ciencia oficial mecanicista se ha sentido orgullosa durante mucho tiempo de haber abandonado en sus teorías los presupuestos metafísicos para partir exclusivamente de los datos suministrados por los Sentidos. No obstante, muy pronto se vieron envueltos en multitud de datos que no sabían qué hacer con ellos, pues los habían dejado inmóviles como tales datos al no conservar las conexiones que los hacían relevantes. Las clasificaciones y taxonomías pronto se hicieron engorrosas pues en vez de aclarar las distintas parcelas de la realidad sobre las que se situaban, las complejizaban más. La construcción de modelos explicativos como constructos abstractos fue una solución esgrimida durante mucho tiempo y aún hoy es ampliamente aceptada. Empero, el científico tiene que reconocer que el contacto con el mundo real mediante la aplicación de esta metodología es mínimo; en realidad, se reducen exclusivamente al experimento y, en la mayoría de casos, las condiciones de aplicación del experimento son tan rígidas que difícilmente no está ya determinado el resultado en el mismo proceso de experimentación. También, los instrumentos utilizados son tremendamente sofisticados y están construidos casi exclusivamente para la comprobación de la hipótesis. Con la utilización de la teoría de sistemas como metodología explicativa parece que se hace un mayor hincapié en la relación entre hechos, pero sigue adoleciendo de un interés real por lo que desea explicar y se cae en una preocupación excesiva por la aplicación correcta de la metodología y por los resultados.

El funcionalismo orgonómico es una metodología empirista, pero no parte del dato concreto exclusivamente, sino de éste en cuanto que forma parte de una red de relaciones dinamizada por una lógica funcional y que constituye las funciones naturales objetivas. En ocasiones, seguimos olvidándonos de que la «lógica formal» no aporta nada nuevo a una investigación. Esta es sólo un instrumento y no la investigación en sí. Si partimos de presupuestos equivocados o ideológicamente manipulados llegaremos a conclusiones equivocadas pese a que las deducciones lógicas sean correctas y, por tanto, la argumentación tenga un disfraz de verdadera. Lo importante no es la estructura lógica, sino la comprobación práctica continuada (materialismo), la observación experimental y el registro cuidadoso de los datos, convencerse de una cosa después de haberla visto con los propios ojos y, una vez observado un fenómeno, no perderlo de vista hasta que no haya sido definitivamente esclarecido. Dos consejos imprescindibles para el investigador que trabaje en orgonomía: ignorar momentáneamente todas las interpretaciones teóricas del fenómeno que se esté estudiando, para evitar de esta forma preconcepciones y prejuicios que paralicen el desarrollo natural de la investigación; y prestar especial atención a la propia percepción orgánica durante la investigación. El investigador no es sólo un cerebro en el que se dibuja en su interior una parcela de la naturaleza, pongamos por caso, sino un ser vivo que siente y que desarrolla funciones naturales análogas a las de la naturaleza. Los problemas de la ciencia mecanicista actual, que la sitúan en un callejón sin salida, tendrían, posiblemente, mayor claridad si no se hubiesen visto abocados a un intelectualismo tan tremendo que ha hecho a los investigadores, separarse totalmente del objeto que investigan.

Retomemos por un momento este último punto, pues es de vital importancia y caracteriza al funcionalismo orgonómico, demarcándolo de otras metodologías. Para Reich «la estructura biológica del observador no puede ser excluida de la investigación científica y de la valoración crítica del resultado de la investigación» (FUN. ORG.; pág. 1. Reich). Esto es así puesto que el acorazamiento y la rigidez de la estructura de carácter del investigador, se traslada a su propia estructura de pensamiento y, por tanto, se proyecta en el interior del objeto de estudio, es decir, en la misma investigación. Se produce algo así como una resonancia entre el objeto de investigación y el organismo del investigador (2). El científico acorazado desarrollará miedo y odio frente a las agitaciones orgánicas y plasmáticas de su organismo acorazado, puesto que éstas no fluirán libremente sino que se quedarán paradas en la coraza. Con una actitud así se promociona una muerte lenta de la expresión, percepción y pensamiento, y una desconexión progresiva de la resonancia de las funciones entre el objeto investigado y el sujeto que investiga. Por tanto, se produce un alejamiento cada vez mayor del entendimiento de las funciones básicas de la materia viva. Estos hechos tienen abundantes ejemplos en el desarrollo de las investigaciones de Reich: el descubrimiento de los biones, el rechazo de la teoría de los gérmenes del aire de Pasteur, sus hipótesis sobre el cáncer, el experimento ORANUR y sus consecuencias, etc. Todas ellas no podrían haberse desarrollado si el mismo Reich hubiese estado bloqueado por una coraza rígida que le impidiera sentir y comprender, si él hubiese estado bloqueado por sus propios temores.

Por esta razón debe entenderse que la orgonomía es un saber iniciático, es decir, que para profundizar en el conocimiento de la Naturaleza es necesario profundizar también en el conocimiento de uno mismo, en el mismo sentido en el que Sócrates decía «conócete a ti mismo». El investigador que desea elaborar teorías objetivas sobre algún objeto determinado debe partir del conocimiento de sus propias resistencias, de sus propios límites y de las preconcepciones ideológicas que esos límites le van a producir por cuanto impiden el reconocimiento de esa resonancia entre sus funciones propias y aquéllas que desea dilucidar. Esta actitud no parte de ninguna autoridad exterior que imponga coercitivamente sus decisiones, sino que debería ser producto de la propia reflexión y aceptación de sí mismo. Lo llamo «iniciático» puesto que hay un desarrollo dialéctico entre el individuo y la Naturaleza que lo circunda, de tal forma que, a medida que uno va conociendo mejor sus funciones parciales, es capaz de reconocer también aquellas funciones análogas de la Naturaleza en un proceso de desvelamiento que tiene dos ramas: una hacia sí mismo y otra hacia la Naturaleza. Es el mismo proceso que vendría caracterizado por la frase con que Aristóteles comienza su «METAFÍSICA»: «El hombre por naturaleza tiende a saber», y que Reich resume en «TRABAJO, AMOR Y CONOCIMIENTO» como «Los pilares básicos de la vida del hombre». La diferenciación de esta doble vertiente es lo que distingue a la orgonomía de otros saberes iniciáticos, que caen por lo general en el misticismo y, por tanto, en la disociación entre el soma y la psique a nivel personal, o del espíritu y la materia a nivel de la Naturaleza. Para poder paliar esta disociación se surten de códigos morales rígidos que les dan la seguridad que su propio proceder no les otorga. La orgonomía no tiene códigos morales, ni siquiera tiene una ética, puesto que no se produce esta disociación y cada individuo en su proceso sabe donde se encuentra o, lo que es lo mismo, reconoce sus límites y sus posibilidades. Además, la orgonomía es un saber empírico, en contraposición a los demás saberes iniciáticos, que suelen ser dogmáticos. Reich dice: «Hay una sola regla común valida para encontrar la verdad específica válida para ti. Es la de aprender a escuchar pacientemente lo que ocurre dentro de ti, la de darte a ti mismo una oportunidad para encontrar tu propio camino, que es el tuyo y el de ningún otro. Esto no lleva al caos y a la anarquía salvaje sino, en última instancia, al ámbito en el que está arraigada la verdad común a todos. Los modos de acercamiento son múltiples y no semejantes. La fuente de la que fluye la savia de la verdad es común a todos los seres vivientes, mucho más allá del animal hombre. Esto tiene que ser así porque toda verdad es una función de la Vida viviente, y la Vida viviente es básicamente la misma en todo lo que se mueve por medio de la pulsión. Por lo tanto, la verdad básica en todas las enseñanzas de la humanidad es semejante y equivale a una sola cosa común: encontrar tu camino o lo que sientes cuando amas tiernamente, cuando creces, cuando construyes tu hogar, cuando pares tus hijos o cuando contemplas las estrellas por la noche» (ASE. CRIS; pág. 272. Reich).

La orgonomía maneja una concepción de la verdad como «desvelamiento» (Heidegger) o como «Aletheia», que es el término que se usa en Grecia. Si, como dijimos anteriormente, existe una unidad que domina el todo, integrada por las funciones naturales objetivas que son racionales, es decir, el mundo es de naturaleza racional. Y si, además, nosotros tenemos acceso a esta configuración racional del mundo a través de nuestras funciones básicas, resulta que, en la medida en que se nos hagan presentes dichas funciones en nosotros mismos y en la Naturaleza, tendremos acceso a la configuración racional del mundo y en consecuencia, a la verdad de las cosas mismas. Es decir, se nos «desvelarán» (en el sentido de quitarse los velos y mostrar su presencia o en el sentido griego de salir a la luz arrancándose al ocultamiento) las cosas en su propio ser, esto es, tal como son. Por ello, no existe una verdad absoluta, aunque sí existen funciones básicas en la Naturaleza que son comunes a toda verdad. La verdad de cada individuo depende del contacto pleno con sus funciones básicas, y la verdad en cada individuo depende del contacto pleno entre lo viviente que percibe y la vida que es percibida. Por tanto, estará en relación con la percepción coordinada del movimiento protoplasmático del viviente, con la integración de todos los sentidos y, en especial, el denominado por Reich «sentido orgonótico». En definitiva, estará en relación con el contacto del individuo con sus emociones y necesidades así como con su capacidad de satisfacerlas. Así pues, la verdad pasa a ser una función natural en sí misma como el caminar o el alimentarse; pasa a ser una herramienta de lo viviente para habérselas con el mundo y con las cosas. Por ello, cada uno tiene su verdad, la que puede vivir en cada momento la verdad no es algo que el organismo deba aprender o que deba enseñársele. Forzar la verdad en un individuo significa desatar emociones insoportables, desequilibrarlo en su modo de vida, que aún siendo desastroso le es funcional, hasta que es capaz de encontrar por sí mismo su propio camino hacia el crecimiento personal. En caso contrario se quedará sentado siempre en el mismo lugar. Así pues, el empleo de la verdad es un arte en sí mismo, ya que de nada sirve la verdad si no se está preparado para entenderla. Reich dice: «No se trata de 'proclamar la verdad', sino de vivir la verdad delante del prójimo» (ASE. CRIS.; págs. 270-271. Reich), de dejarlo hallar su propio camino de crecimiento personal, de dejar que viva su propia verdad. Si los hombres evitan la verdad es por miedo. Vivir la verdad los podría sacar de su rutinaria y monótona mentira. Sin embargo, los hombres saben básicamente que es verdadero y que no lo es, aunque apoyen la mentira. La plaga emocional son los velos que enmarañan la verdad, que la encubren y la ocultan de la luz del sol y la convierten en una verdad en potencia. La «contraverdad» mantiene la mentira institucional y se contrapone a la verdad fundamental sin la cual nada podrá cambiar realmente jamás. Esa verdad fundamental no actúa en un campo específico de la Naturaleza sino en la naturaleza entera. La división en distintos ámbitos es, no debemos olvidarlo, artificial. La Naturaleza no tiene fronteras, todo lo más campos funcionales donde se desenvuelven determinadas funciones parciales que, por supuesto, no están exentas de tener interrelaciones con campos funcionales que se sitúan a otro nivel. Esta parcelación del saber cada vez deviene más inservible, pues, en vez de simplificar, complejiza y en vez de aclarar, da distintas visiones parciales de un mismo fenómeno. El funcionalismo orgonómico busca las analogías, el ritmo de base común, las funciones básicas. Y en el proceso de investigación, por medio de los principios funcionales comunes (P.P.C.), tiende a la simplicidad y a la globalidad. De hecho, si acertamos en la aplicación del método, a medida que nos acercamos a las raíces comunes de las variables y contradictorias manifestaciones de la Naturaleza, las cosas aparecen más y más simples, y las analogías entre las funciones básicas que encontramos nos devienen evidentes: la analogía entre la sensación vegetativa de mi cuerpo y la corriente plasmática de la ameba, la analogía que presentan el tejido animal y el organismo social en relación con el secuestro y aislamiento de cuerpos extraños, o también, el hecho de que el desarrollo secundario de plantas y animales en la vida desértica, como el animal acorazado, muestran la misma actitud «espinosa» en su reactividad exterior.

No obstante, esta búsqueda de la simplicidad y la analogía no deja fuera la complejidad de la Naturaleza por dos razones básicas: porque al funcionalismo no le interesa el objeto rígido y estático, la estructura muerta, sino el objeto en cuanto relacionado con otros objetos, es decir, la función, y por tanto, aunque el objeto de estudio tenga en común determinadas funciones parciales, se diferencia de otros objetos en su «singular» forma de expresión; por otra parte, el funcionalismo tampoco es perfeccionista, puesto que no es un pensamiento interventor sino comprensivo. No desea intervenir en la Naturaleza para estrujarla y sacarle un fruto que sólo beneficia económicamente a unos pocos, sino «comprender el proceso mismo de la Naturaleza en el sentido de prenderse de ella, que en definitiva, es la única forma «real» de transformarla. En consecuencia, no le interesan las descripciones perfeccionistas o las listas inacabables de datos, sino las relaciones de estos datos, es decir, la ruptura de la uniformidad y la diferencia, esta simple-complejidad del funcionalismo la resume Bernd Senf así: «En un bosque crecido naturalmente, efectivamente funciona un unilateral crecimiento, pero ni existen en él dos árboles iguales ni entre sus cientos de miles de hojas dos que sean fotográficamente iguales entre sí. El campo de la variación es infinitamente más desarrollado que el campo del uniforme. A pesar de que las leyes unilaterales de la Naturaleza se dejan notar en cualquier solitario y pequeño detalle y funciona, por tanto, en él» (EMO.; pág. 49, Bernd Senf).

Como todo pensamiento dialéctico para la orgonomía todo está en continuo devenir, «nunca nos bañamos dos veces en las mismas aguas» (Heráclito) o, como dice Reich: «Y cada vez que alcancéis una nueva cumbre obtendréis una experiencia distinta de todas las anteriores, dado que la vida nunca es exactamente la misma, ni siquiera en dos segundos consecutivos de una misma acción» (ASE. CRIS.; pág. 55. Reich). El movimiento es una categoría fundamental que domina el cosmos. No obstante, a nivel de toda la Naturaleza viva el principio fundamental global es la motilidad plasmática espontánea. Incluso es posible entender el movimiento de parado, de cese, como un estado especial del movimiento: el de inmovilidad o bloqueo que es evidenciado como movimiento de carga. Los movimientos bioenergéticos o movimientos del protoplasma muestran expresiones de movimiento que son significativas. La expresión de cuerpo no puede mentir. Podrá hacerlo la palabra, pero si sabes leer el lenguaje expresivo del movimiento, la verdad se te hará evidente; el cuerpo dice la verdad aún cuando se reviste de una apariencia de comportamiento parecido a la verdad para encubrir la mentira. Es decir, cada movimiento de un organismo vivo tiene una expresión global, esto es, «significativa» y cada expresión corresponde a un movimiento determinado. El «lenguaje expresivo» del organismo va mucho más allá de la expresión verbal. En general, podemos caracterizar la motilidad espontánea de un organismo vivo de la siguiente forma:

La motilidad bioenergética está caracterizada por la pareja funcional de movimiento y expresión de movimiento.
La motilidad biológica está caracterizada por la intensidad de las sensaciones y por la cantidad de cargas bioenergéticas.
La motilidad bioenergética también está caracterizada por procesos quimiofísicos, por el movimiento de los iones en los fluidos corporales, por corrientes de acción en el corazón y en los músculos, por el movimiento de combinaciones químicas, etc., y por el movimiento de sensaciones.
La totalidad del organismo está caracterizada somática o fisiológicamente por una unidad de distintas funciones de los órganos, por una parte, y la percepción subjetiva del ego, por otra parte. La percepción del ego es un reflejo de las excitaciones vegetativas activas, de las distintas percepciones de órganos integradas en una unidad indivisible. Justamente, donde las funciones somáticas de los órganos pierden integración en su unidad, aparecen las enfermedades corporales.
La totalidad inalterada de las funciones de los órganos, tanto en el campo somático como en el psíquico, establecen la «salud» o la «normalidad» en el sentido bioenergético.
Lo que distingue la motilidad plasmática de la naturaleza viva del resto de movimientos acaecidos en el cosmos es que se trata de un movimiento espontáneo, lento comparado con la luz o las ondas sonoras. Tiene el carácter de ondulaciones fluidas similares a las olas del mar; en definitiva, lo característico del movimiento de lo vivo es la alternancia de expansión y contracción que recibe el nombre de «Pulsación».

Por otra parte, las formas en sí también tienen una expresión, expresan movimiento fijos. Para el funcionalismo orgonómico, la forma es un movimiento «fijado». La disposición segmentaria de la coraza caractereológica es la expresión de la rigidez de ciertas partes del tren de ondas; dicho de otro modo, es una onda que se fija para formar un segmento estructurado del orgonoma y que conforma al animal humano como tal, dándole su forma fisiológica y bioenergética característica. La forma fundamental de todo lo vivo es la forma ovoide, que recibe el nombre, más específico, de orgónomo.

En definitiva, la orgonomía es una ciencia radical que expresa, con sinceridad y sin temores, aquello que se le aparece como evidente ante sus ojos. Aquello que se le muestra en el proceso de investigación del método del funcionalismo orgonómico, algo que todo el mundo sabe, pero que se sigue evadiendo por temor. Esa verdad que todo el mundo reconoce, pero que nos parece tan simple que nos resulta incierta, o que, en definitiva, no hacemos nada por alcanzar.

Desgraciadamente, sigue resultándonos mejor el evadir lo esencial y esperar con los brazos cruzados a que alguien nos resuelva nuestros problemas y, mientras tanto, quejarnos a diestro y siniestro sin fijarnos que nosotros mismos, en nuestras acciones, estamos reproduciendo lo mismo de lo que nos quejamos. Estamos en el mundo de la realidad «light», de la realidad reflejada en un espejo, de la realidad fantasmagórica, en donde la leche deja de ser leche y el zumo de naranja pasa a tener de todo menos naranja; en donde un anuncio publicitario que pretende vender café nos lo muestra como «el café, café» para indicar así que es más café que las otras marcas de la competencia; en donde mucha gente deja de vivir sus vidas y pasa a vivir las de los personajes de los seriales y culebrones de la televisión; en donde se vive cada vez de forma más tajante la escisión entre nuestra miserable realidad y la realidad reflejada en el espejo que no llegamos a alcanzar. En donde en definitiva, el ser mismo de las cosas va perdiendo entidad para pasar a ser cada vez más pura indeterminación, esto es, nada. Como en la «historia interminable» la nada avanza y se apodera cada vez más del mundo de la imaginación. Frente a todo este mundo de las apariencias, la orgonomía propugna la autenticidad tanto en el vivir como en el decir, esto es, tanto en nuestros propios modos de vida como en los discursos que los acompañan. No obstante, tampoco la «autenticidad» es un dogma moral —siento desilusionar a aquéllos que pretenden que la orgonomía las tenga — . Si una persona puede actuar de forma auténtica es porque no tiene miedo de que lo coarten en su actuación. La autenticidad tiene que surgir de dentro de cada uno. Tienes que sentirla y no imponértela, aunque sea con mucha voluntad, pues acabarías siendo lo menos auténtico que hay. La autenticidad es una condición del ser mismo de la cosa, si una moneda es auténtica es porque lo es y no porque queramos disfrazarla de tal. A lo largo de todo el artículo hay algo que se dibuja de forma inevitable en el horizonte de nuestra conciencia: es lo que Reich llama «LA GRAN BRECHA», o lo que los griegos llamaron «JORISMOS». Es ese gran abismo que representa el secreto de la tragedia del animal humano, esto es, el sueño de vivir y la capacidad real para vivir la Vida en el hombre. El hombre se siente incapacitado para tomar la Vida tal cual es, regida por las leyes de la Naturaleza que siente en sus propias entrañas. El hombre tiene la convicción íntima de que existe en el Universo una lógica funcional objetiva porque la siente en sí mismo. De alguna forma, es la misma lógica funcional que ha hecho crecer en su conciencia la idea de «Dios». No obstante, el despliegue de emociones que desencadenara el vivir uno mismo su propia verdad, es decir, la movilidad plasmática de sus funciones objetivas, provoca una actitud de huida y evitación o de búsqueda de un equilibrio imperturbable que se consigue con una rígida coraza y, en definitiva, con la inmovilidad. Hegel en «fenomenología del espíritu» plantea un viaje de la conciencia del hombre desde la certeza sensible, pasando por las distintas etapas del espíritu humano, hasta el saber absoluto. Una vez la conciencia llega al saber absoluto se encuentra este gran abismo y dice Hegel: «ahora la conciencia sigue sin estar superada, sin embargo, reconoce su lugar y se sabe como finita». Lanzarse a la búsqueda de ese saber absoluto tiene sus inconvenientes, aunque también sus ventajas: como mínimo reporta más satisfacciones que podrirse con los brazos cruzados. De cualquier forma, aunque fracasemos, siempre seremos capaces de reconocer nuestro lugar y de sabernos finitos, es decir, de reconocer nuestros límites.

NOTAS

Para entender qué pinta aquí el Diablo es necesario haber leído textos como «El asesinato de Cristo» o «Éter, Dios y Diablo». En Reich este es un concepto puramente teórico que hace referencia a ese apartarse por parte del hombre de las funciones naturales que gobiernan el cosmos. También como concepto teórico se tiene que entender el concepto de Dios.

(2) Si vemos, por ejemplo, la polémica herencia-medio como determinante básico de las características de un individuo, podemos tomar el libro de «El artefacto de la inteligencia» de J. L. Lujan y J. A. López Cerezo, Ed. ANTHROPOS, para darnos cuenta de esta resonancia, de como la mayoría de los miembros de la escuela biométrica, hereditarista, estaban vinculados a movimientos eugenetistas, es decir, de cómo sus productos teóricos estaban teñidos de ideología, que se mostraba en sus propias vidas.

(3) De la misma forma es importante matizar que los conceptos teóricos utilizados en orgonomía, tales como biones, energía u orgón, no tienen ninguna relación con los hechos, es decir, no lo explican, sino que intentan, simplemente, comprender, la función de que se trate, informarnos sobre el proceso. Cuando se pretende que estos conceptos, por sí mismos, expliquen la función, se convierten en metafísicos y no hacen más que obstaculizar la práctica de la investigación.

ABREVIATURAS DE LOS LIBROS UTILIZADOS

MET. PEN. (1981). «El método de pensamiento y de investigación materialístico-dialéctico». W. Reich. Traducción de Maica Fernández Pedraza del artículo del italiano: «II Método di Pensiero e di Ricerca Materialístico-dialéctico» (1937. 2.a parte de «Esperimenti Bionici», Edit. Sugaro, Milán).

ASE. CRIS. (1980). «El asesinato de Cristo». W. Reich. Ed. Brugera, 1.a edición, septiembre de 1980, Barcelona.

FUN. ORG. (1950). «El funcionalismo orgonómico». W. Reich. Según la traducción de la biblioteca de la ES.TE.R. del Organe Energy Bu-lletin.
EMO. «El funcionalismo orgonómico-Método de investigación de Wilhelm Reich». Bernd Senf. Artículo aparecido en la revista alemana «Emotion» N-4.
SUPER. COS. (1951). «La superposición cósmica». W. Reich. Collection Science de l'home. Payot, París (1988).

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