¿ES LA ADOLESCENCIA NECESARIAMENTE UNA ETAPA DESTRUCTIVA Y CONVULSA?

JAVIER TORRÓ BIOSCA

Fecha de recepción: 10/02/2021
Fecha de aceptación: 23/04/2021


Resumen: Este artículo se propone examinar las principales fuentes de los prejuicios más extendidos sobre la adolescencia, que la caracterizan como una etapa necesariamente conflictiva, convulsa y destructiva. Para ello, se analiza la teoría de Granville Stanley Hall sobre la adolescencia, así como la interpretación de esta teoría por parte de Arnold Gessel. Tanto Hall como Gessel sustentan sus tesis en un determinismo biológico que parte del evolucionismo y de la ley de la recapitulación de Haeckel, que establece que la evolución ontogenética de cada uno es la plasmación de la evolución filogenética de la especie. Conforme a ello Hall define la adolescencia como la etapa equivalente a la etapa de la humanidad previa al establecimiento de la ley y el orden.

Abstract: The purpose of this article is to examine the main sources of the most widespread prejudices about adolescence, which characterize it as a necessarily conflictive, convulsive and destructive stage. For this, the Granville Stanley Hall‘s theory on adolescence is analyzed, as well Arnold Gessel‘s interpretation of this theory. Both Hall and Gessel support their theses in a biological determinism that is based on evolutionism and Haeckel's law of recapitulation, which establishes that the ontogenetic evolution of each one is equivalent to the phylogenetic evolution of the species. Hall defines adolescence as the stage equivalent to the stage of humanity prior to the establishment of law and order.

Palabras clave: Adolescencia, Stanley Hall, Arnold Gessel, Margaret Mead. Keywords: Adolescence, Stanley Hall, Arnold Gessel, Margaret Mead.


Tenemos la visión de la adolescencia como una etapa violenta y convulsa. ¿Es realmente así? ¿Qué cúmulo de circunstancias nos han llevado a percibirla de esta forma? Mi pretensión, al escribir este artículo, es explorar las razones por las cuales se ha ido forjando esta imagen de la adolescencia. La etapa de la vida en la que el ser humano goza de mayor sentimiento de libertad y dispone, habitualmente, de más posibilidades de disfrute.

Granville Stanley Hall (1844- 1924) se formó como psicólogo con William James, quien dirigió su tesis. Posteriormente estuvo en Alemania donde perfeccionó sus estudios con Wilhelm Wundt, colaborando en su famoso laboratorio de Leipzig. Tras regresar a Estados Unidos creó el primer laboratorio de psicología americana en 1883, tan solo cuatro años después de que Wundt creara el suyo. En 1887 fundó la revista American Journal of Psychology, la primera revista de psicología experimental americana. En 1889 fue el primer presidente de la Universidad de Clark y tres años más tarde, en la misma universidad, fundó la American Psychological Association, que en la actualidad es la asociación de psicología más importante del mundo. Stanley Hall realizó más de 400 publicaciones y entre sus alumnos figuran algunos prestigiosos psicólogos como J. M Cattel, A Gesell o L. Terman. Por tanto, no resulta difícil imaginar que estamos ante una de las figuras más prestigiosas de la psicología americana y uno de los estandartes de la nueva psicología científica.

Con esas credenciales Stanley Hall publica en 1904 un libro sobre la adolescencia que ocupaba dos extensos volúmenes: Adolescence: its psychology and its relations to physiology, anthropology, sociology, sex, crime, religión and education. Con él inaugura un nuevo campo de estudio dentro de la psicología y genera una teoría específica sobre esta etapa del desarrollo con una visión particular que ha perdurado hasta la actualidad. Creo que el examen de los presupuestos de los que parte esta visión de la adolescencia, así como de las circunstancias por las que se genera esta teoría específica, pueden iluminar ciertos prejuicios sociales sobre la adolescencia vigente en la actualidad.

Hay que señalar que hasta esa época la adolescencia no constituía una etapa unánimemente reconocida del desarrollo evolutivo del ser humano. El “descubrimiento” de la adolescencia en este momento histórico y en este lugar geográfico determinado es consecuencia de los cambios sociales que se produjeron en Estados Unidos y de la concepción científica particular que detentaba Stanley Hall. La Universidad de Clark, donde trabajaba Hall, se sitúa en la zona norte de Estados Unidos, en el estado de Massachusetts, cerca de Boston y Nueva York. A finales del siglo XIX y principios del XX este lugar geográfico estaba sufriendo un cambio significativo debido a la revolución industrial. Los avances tecnológicos generaron una transformación del mercado laboral y una emigración masiva del campo a los grandes núcleos urbanos para ocuparse en la industria. Esto supuso el desarraigo de muchas familias que tuvieron que adaptarse a un ambiente urbano, con unas condiciones laborales muy exigentes y poco sustento social que amortiguara los cambios. En ese contexto no es difícil que cunda la rabia y la destructividad, que los adolescentes vuelquen su frustración a una sociedad que les ha dejado emocionalmente desvalidos. Además, la abolición de la esclavitud y la llegada masiva de emigrantes aumentó algunos problemas sociales como el desarraigo y la delincuencia juvenil. El Estado buscó asegurar una adecuada socialización a los jóvenes, ampliando la educación obligatoria hasta los 16 años e instaurando toda una serie de instituciones correctoras para los delincuentes juveniles. Para ello se precisaba una concepción del desarrollo humano que distinguiera entre la edad adulta y la adolescencia y permitiera aplicar políticas específicas para abordar los nuevos problemas sociales de esa franja de edad. En este contexto surgen los trabajos de Stanley Hall y la ingeniería social que engendró esta representación que perdura hasta nuestros días, creando una imagen de la adolescencia nociva para una buena comprensión y acompañamiento del desarrollo humano en esta etapa.

Por otra parte, los mimbres con los que se tejió esta concepción no podían ser mejores. Stanley Hall venía avalado por los mejores maestros de la época: William James y Wilhelm Wundt; lo que garantizaba la aplicación del nuevo método científico en el terreno de la psicología. Como fuentes de información para el estudio de la adolescencia utilizaba la observación, los cuestionarios para la obtención de datos y los diarios personales, todos ellos métodos objetivos. Como entramado teórico, el funcionalismo se sustentaba en el evolucionismo. Es decir, en el postulado de que los factores genéticos configuran básicamente las funciones cerebrales; por otro lado, se piensa que la experiencia modula el desarrollo, el crecimiento y la conducta del sujeto para adaptarse a un entorno cambiante y complejo. Un presupuesto del evolucionismo de la época era la ley de la recapitulación de Haeckel, un residuo teórico a caballo entre el darwinismo y el lamarckismo, que considera que la historia del desarrollo filogenético del ser humano se incorpora a nuestra estructura genética. De esta forma, en nuestro desarrollo ontogenético reproducimos el desarrollo filogenético de la especie.1 Para Stanley Hall, en el periodo de vida que abordamos, distingue entre la juventud, que iría de los ocho a los doce años (lo que actualmente consideramos pubertad) y la adolescencia que iría de los doce hasta alcanzar la edad adulta (que él sitúa entre los 22 y los 25 años). Así pues, si la juventud se corresponde con la etapa más cercana al salvajismo, la adolescencia se correspondería con la etapa del desarrollo de la humanidad previa a la instauración de la ley y el orden, donde los individuos moraban más presos por sus instintos que por los designios de la razón. Hall caracterizó a la adolescencia como un periodo de “Sturm und Drang” (“tormenta e ímpetu”), utilizando uno de los lemas de la literatura romántica alemana, puesto que apreciaba cierta analogía entre el romanticismo alemán y la adolescencia. Tanto el romántico como el adolescente se caracterizarían por ser idealistas, reaccionar ante lo viejo, manifestar sentimientos o pasiones intensas y frecuentar situaciones de sufrimiento personal. Es decir, para Stanley Hall “el adolescente era el sujeto paciente de una transición cuyos conflictos le llevarían, muy a menudo, a manifestar rebelión o enfrentamiento tanto con los demás como consigo mismo (storm and stress)” (M. Carretero y otros, 1985). Por otra parte, retoma la idea del Emilio de Rousseau que califica la adolescencia como un segundo nacimiento puesto que se viven con intensidad una serie de transformaciones que llevarán al sujeto a la vida adulta. En este sentido nos dice Hall en su libro:

La adolescencia es un nuevo nacimiento, porque en ese momento surgen los rasgos más elevados y más completamente humanos. Las cualidades del cuerpo y el alma que emergen ahora son mucho más nuevas. El niño procede filogenéticamente de un pasado remoto; el adolescente es neoatávico, y en él las adquisiciones posteriores de la raza se vuelven lentamente prepotentes. El desarrollo es menos gradual y más intermitente, indicativo de algún periodo antiguo de tormenta y estrés cuando se rompieron los viejos amarres y se alcanzó un nivel más alto de desarrollo.2

También resulta interesante ver las relaciones entre la concepción de la adolescencia de Stanley Hall y el psicoanálisis freudiano. No hay que olvidar que uno de los maestros de Hall, William James, en su libro Variedades de la experiencia religiosa (1902), considera el descubrimiento del inconsciente el avance más importante que se ha producido en la psicología; además fue el primero que publicó en Estados Unidos una reseña sobre la obra Estudios sobre la histeria, de Breuer y Freud. No obstante, el aspecto más significativo fue la invitación de Stanley Hall a Freud y a Jung a dar una serie de conferencias en 1908 con ocasión del vigésimo aniversario de la fundación de Universidad de Clark.

Este hecho fue un acontecimiento fundamental para el reconocimiento internacional del psicoanálisis. Freud da cuenta de ello en Esquema del psicoanálisis (1940).3 Stanley Hall, en su libro Adolescencia, considera los instintos como la principal fuente de energía en el ser humano, cuyas manifestaciones básicas sería el hambre y el amor. Tanto Freud como Hall mantienen un cierto determinismo biológico, uno sustentado en el instinto y el otro en la genética. Sin embargo, la coincidencia de mayor relieve es la consideración de la adolescencia como una etapa conflictiva. En el psicoanálisis de Freud, lo propio de la adolescencia es el acceso a la sexualidad genital; en ese momento, la descarga de los impulsos libidinales le resulta angustiosa y tortuosa debido a las limitaciones que le impone la realidad social y a la propia represión sexual. Además, en esta etapa, se reactivan los conflictos edípicos vividos por el sujeto en la etapa fálica. Por lo general, esto supone que el adolescente se confronte con la autoridad, tanto paterna como materna. Puesto que el adolescente está abriéndose a lo social esto significa que esa confrontación se transforma en conflictividad social y emocional que se proyecta ante diversas tipologías de la autoridad en la sociedad. Por otra parte, la hija de Freud, Anna Freud, consideraba la intelectualización y la sublimación como mecanismos inconscientes de los adolescentes que buscan evitar los conflictos que generarían la satisfacción de los impulsos sexuales. Este hecho explicaría la tendencia de los adolescentes a aficionarse por temas filosóficos o abstractos. En general, la pujanza de los impulsos del ello deben ser contenidos por el yo y el superyó, pero los conflictos son tan fuertes que resulta comprensible, para el psicoanálisis, la proclividad a fenómenos psicopatológicos. Desde esta teoría psicoanalítica, una vez amainada la carga hormonal de la adolescencia la mayoría de esas confrontaciones desaparecerían.4

Sin embargo, no fue la obra de Stanley Hall la que construyó la concepción de la adolescencia en la cultura occidental. El libro Adolescence es un libro de difícil lectura, con excesivas proclamas ideológicas, muy largo y tedioso. De hecho, nunca fue traducido al español. Pero hubo un autor que sí inundó las librerías de todo el mundo con un estilo fácil y ameno: Arnold Gessel. Este autor estuvo muy influido por Hall. Estudió en la Universidad de Wisconsin y recibió clases de psicología de J Jastrow, discípulo de Hall. Unos años más tarde, se doctoró en la Universidad de Clark donde los postulados de Stanley Hall estaban muy presentes. Su teoría de la maduración predeterminada, que considera que todos los niños pasan por los mismos estadios de desarrollo siguiendo el mismo orden —aunque no en el mismo momento—, refleja el determinismo biológico. Es la biología la que determina el orden de aparición de las conductas y las tendencias de desarrollo. Aunque habla también de los factores ambientales (a los que denomina aculturación), es la maduración (basada en factores genéticos) la que prevalece sobre la aculturación. De ahí que afirme que no hay pruebas contundentes de que la práctica o el ejercicio acelere la aparición de determinadas conductas. Nos encontramos, por tanto, ante un pensamiento donde los factores genéticos dirigen el crecimiento y la conducta de los sujetos.

Así pues, para Gesell el desarrollo5 es fundamentalmente normativo. En los libros de Gesell encontramos una descripción de pautas evolutivas generales y conductas normativizadas en secuencias cronológicas, generalmente de edad. Esta presentación hizo muy aceptables y sugerentes las publicaciones de Gesell. Al mismo tiempo, Gesell mencionó en varios pasajes de su obra el paralelismo entre la evolución filogenética del ser humano y el desarrollo ontogenético del niño, lo que supone una reformulación de la teoría de la recapitulación. Al igual que Hall, Gesell pensaba que las dificultades que se encontraban en las diferentes edades, también en la adolescencia, se solucionaban con la edad, y apelaba al concepto de autorregulación sustentado en la sabiduría de la naturaleza.

Todo esto le llevaba a plantear que los planes de estudio en las escuelas deberían basarse en la psicología del desarrollo y no en la psicología del aprendizaje. En estos momentos la psicología del aprendizaje estaba copada por la escuela conductista que sustentaba una concepción opuesta a la de Gesell, como el lector puede imaginar.

Fue Stanley Hall quien demarcó de forma clara el estadio de la adolescencia y Arnol Gesell quien lo popularizó, generando lo que en los últimos años ha sido un tema tópico dentro de la psicología científica moderna. Este nuevo enfoque originó unos conceptos compartidos, unas delimitaciones comunes y una literatura que ha ido creciendo progresivamente hasta convertirse en un tema central de la psicología actual. Pero además, estos autores han dejado su poso en la concepción dominante sobre la adolescencia creando una serie de prejuicios que han permanecido a lo largo del tiempo y que, desde mi punto de vista, condicionan la visión que tenemos de ella. La idea de la adolescencia como necesariamente conflictiva, violenta y convulsa, generadora de problemáticas psicopatológicas y condicionada por factores biológicos podría ser una visión sesgada que no beneficia en nada a la relación con nuestros adolescentes. Es más, me atrevería a decir que lo único que hace es echar más leña al fuego en una etapa del desarrollo del ser humano que precisa más bien de una adecuada comprensión.

De hecho, es que hay una visión muy diferente de la adolescencia que ha pasado desapercibida. Su autora, Margaret Mead, defiende una concepción que se alineaba con la idea de la antropología cultural de la época al presentar la cultura como el factor fundamental que determina el desarrollo del ser humano. Es decir, mientras que S. Hall y A. Gesell sustentan un determinismo biológico, la antropología plantea un determinismo sociocultural. Esta concepción diferente sobre la influencia de los factores biológicos o socioculturales en el ser humano supuso una polémica central en la primera mitad del siglo XX y en parte de la segunda.

Margaret Mead, tras acabar sus estudios universitarios, se desplazó a la isla de Tau, en las aguas del pacífico sur, a realizar un estudio sobre 68 mujeres con edades comprendidas entre 8 y 20 años. Su objetivo era integrarse en la cultura y observar su comportamiento estudiando la psicología del grupo adolescente. Pretendía descubrir si el desarrollo de la adolescencia en Samoa ocurría de forma similar a como acaecía en Estados Unidos. En realidad, tenía la sospecha de que muchas de las cosas atribuidas en occidente a la naturaleza humana dependen más bien de la cultura. Los resultados de la investigación los publica Margaret Mead en Coming of Age in Samoa (1928).6 El libro se convierte en un best-seller pues Mead no solo había conseguido identificarse con las adolescentes samoanas sino que en su primera publicación trasmitió la experiencia con la claridad y sentimiento suficiente como para cautivar al público lector. En el prefacio del libro, Franz Boas, que dirigía su trabajo, comenta: “Los resultados de su seria investigación confirman la sospecha, largamente alimentada por los antropólogos, acerca de que mucho de lo que atribuimos a la naturaleza humana no es más que una reacción frente a las restricciones que nos impone nuestra civilización”.7 Y es que el libro de Mead se puede leer como una réplica a la obra de Hall. Ya en la introducción apela directamente a la imagen de la adolescencia difundida por Hall en Estados Unidos. Dice Mead:

El psicólogo en Estados Unidos procuró explicar el desasosiego de la juventud. El resultado se expresó en obras como las de Stanley Hall, Adolescencia, que atribuían las causas de sus conflictos y angustias al periodo atravesado por los niños. La adolescencia era caracterizaba como el lapso en el cual florecía el idealismo y se fortalecía la rebelión contra las autoridades, periodo en que las dificultades y antagonismos eran absolutamente inevitables.8

Todo el libro alberga constantes alusiones a las tesis de Hall y parece que sus conclusiones tienen por objeto demostrar que la adolescencia no responde a la imagen proyectada por este autor. Hacia el final del libro concluye la polémica diciendo:

La adolescencia no representa un periodo de crisis o tensión, sino, por el contrario, el desenvolvimiento armónico de un grupo de intereses y actividades que maduran lentamente. El espíritu de los jóvenes no quedaba perplejo ante ningún conflicto, no era atormentado por interrogante filosófico alguno ni acosado por remotas ambiciones. Vivir como una muchacha con muchos amantes durante el mayor tiempo posible, casarse luego en la propia aldea cerca de los parientes y tener muchos hijos, tales eran las ambiciones comunes y satisfactorias.9

Samoa es una sociedad permisiva que consiente que el desarrollo de los niños resulte sencillo. Entre sus habitantes nadie arriesga mucho ni paga precios muy altos por sus acciones. Sus gentes no sustentan convicciones temerarias ni pelean por objetivos personales destacados. El sujeto samoano típico es una persona tolerante, solidaria, que evita las dificultades así como los conflictos con sus congéneres y que está poco interesado por el éxito material o el prestigio. Este perfil de personalidad impide que hayan inadaptados o neuróticos entre sus ciudadanos.10 La familia samoana no es una familia nuclear, típica en la sociedad industrial americana, sino una unidad de convivencia que no supone emociones ni lealtades profundas. En la familia samoana pueden convivir, además de los hijos, otros familiares con total normalidad. Si un joven entra en conflicto con sus padres tiene la posibilidad de mudarse a la casa de otro familiar y eso no supone ningún rechazo social o emocional por parte de nadie. En la crianza se fomenta la relación y el contacto de la madre con sus hijos desde muy pequeños a través de la lactancia materna a demanda o el colecho, pero sin crear idealizaciones. Las figuras protectoras que van generando la urdimbre afectiva en el niño se superponen en multitud de personas de referencia en la comunidad (padres, tíos, hermanos, abuelos, el jefe). Margaret Mead nos dice al respecto: “En vez de aprender como primera lección que hay aquí una madre bondadosa cuya preocupación especial y fundamental es su bienestar, y un padre cuya autoridad ha de ser aceptada, el chiquillo samoano aprende que su mundo está compuesto por una jerarquía de adultos masculinos y femeninos en todos los cuales puede confiar y a quienes debe obedecer”.11 En la sociedad samoana no hay ningún tabú sobre el nacimiento, el sexo o la muerte sino que estas experiencias forman parte del devenir natural de la existencia humana y los niños participan de ellas de forma serena y realista. La forma de enfocar estos temas evita a los niños posteriores choques emocionales y les ata con el resto de conciudadanos en una emoción compartida dignamente. En la sociedad samoana se plantea una continuidad frente a la discontinuidad sexual de las sociedades occidentales, comenta Mead. La diferencia es que los niños en Samoa no tienen que olvidar nada acerca del sexo puesto que no les han contado narraciones falsas tendentes a ocultar ciertas conductas “inaceptables”. Y esto ocurre tanto con la sexualidad como con el nacimiento o la muerte. Los niños y los jóvenes en Samoa pueden tener experiencias sexuales libremente, a excepción del rígido tabú del incesto. De hecho, las jovencitas después de pasar la pubertad se dedican con desenfado a acumular aventuras sexuales y gozar del sexo antes de entrar en el matrimonio. Desde esta perspectiva, Mead plantea la siguiente crítica a la forma moralista de abordar la sexualidad en las sociedades occidentales: “El problema actual creado por la experiencia sexual de los jóvenes se simplificaría muchísimo si fuera concebido como una experiencia y no como una rebelión, si ninguna autoacusación puritana turbara sus conciencias”.12 Esta vivencia de la sexualidad libre y natural evita la inadaptación sexual en el matrimonio y la impotencia sexual de origen psíquico; así como tampoco encontramos problemáticas edípicas entre los miembros de la sociedad samoana. Esta última afirmación levantó un reguero de réplicas desde las filas del psicoanálisis pues para Freud el complejo de Edipo y el de Electra eran fenómenos universales que se daban en todas las culturas. Era la primera vez que se cuestionaba la universalidad del complejo de Edipo. Margaret Mead en su libro lo comenta con estas palabras: “Y con tal interrogante en el espíritu es interesante recalcar que una comunidad familiar más grande, en la cual hay varios adultos, hombres y mujeres, parece proteger al niño contra el desarrollo de las actitudes mutilantes que conocemos como complejos de Edipo, complejos de Electra, etc. ”.13 En general, podemos decir que la vida en Samoa transcurre serena, casual y carente de emociones intensas. De esta forma, los adolescentes en Samoa, lejos de vivir una etapa crítica y llena de tensiones, disfrutan de una vida gozosa y placentera y se van incorporando de forma progresiva y relajada a la vida social.

Este trabajo y otros posteriores en la antropología cultural de la época mostraban que la idea de que la adolescencia es una etapa turbulenta y estresante se debe a la influencia sociocultural y no a la propia naturaleza del adolescente. No son los factores biológicos, su propia naturaleza, los que determinan la tormenta y el estrés sino las condiciones socioculturales en las que viven los adolescentes que impiden un proceso más tranquilo y placentero. Recordemos que, en la época en la que Stanley Hall fraguaba sus teorías sobre la adolescencia, era el comienzo de la revolución industrial en Estados Unidos. Curiosamente, la zona de Massachussets, cerca de Boston y a pocos kilómetros de Nueva York, donde Hall trabajaba, era el cogollo de la industrialización americana. Estas nuevas sociedades industriales se edificaron desestructurando la familia tradicional de base amplia y generando un éxodo masivo a las ciudades. Cuando llegaban a su nuevo hábitat cundía el desarraigo y el estrés en todos los miembros del sistema familiar. Como los adolescentes están en una etapa de transformación tienen una mayor sensibilidad y son más propensos a canalizar ese estrés de forma conflictiva. Los adolescentes viven en Samoa de forma plácida ya que habitan en una cultura más tolerante y condescendiente. Mientras, los adolescentes en Estados Unidos, o en cualquier otro país desarrollado, disponen de unas condiciones sociales que les inducen a vivir de forma destructiva y convulsa. Por tanto, no se trata de pensar que esta actitud convulsa y conflictiva se encuentra en la naturaleza de los adolescentes sino de tomar conciencia de que es el resultado de unas determinadas condiciones socioculturales. Si modificamos esas condiciones, en la línea de lo que nos sugiere Margaret Mead, seguramente volveremos a encontrarnos con adolescentes que disfrutan de esta etapa de la vida, donde buscamos desembarazarnos del yugo familiar, con serenidad y deleite.14

Sin embargo, los trabajos de Margaret Mead no recibieron una buena acogida en los círculos intelectuales de la época. En el momento en el que la industrialización comenzaba a hacer caja y a lanzar a países como Estados Unidos al estrellato mundial de la economía, las instituciones académicas no estaban muy dispuestas a escuchar los argumentos de la antropología cultural. Además, Mead se declaraba bisexual y reivindicaba el amor libre, por lo que se convirtió en el objetivo de algunos moralistas de la época que descalificaban sus teorías por sus prácticas personales. Si a esto le añadimos que fue una de las precursoras en la utilización del concepto de “género” y que criticaba abiertamente la visión sexista de las ciencias sociales de la época, entenderemos la acogida tan débil de su obra en círculos universitarios. En la antropología cultural, la línea de investigación que abrió Mead fue desarrollada por autores como Rut Benedict o Bronislaw Malinowski, pero no generó propuestas de cambio social salvo en grupos muy reducidos. Lo cierto es que la visión de la adolescencia que prevaleció fue la de Stanley Hall que pasó a convertirse, con el paso del tiempo, en el paradigma oficial.


1 En palabras del propio Hall: “En este proceso el individuo en general repite la historia de la especie, pasando lentamente de protozoo a la etapa metazoica, de manera que todos hemos atravesado en nuestros propios cuerpos las etapas ameboides, helmintoide, pisciana, anfibio, antropoide, etmoide, y no sabemos cuántas etapas intercaladas de ascenso”. S. HALL, Adolescence, Vol.I, D Appelton and Company, New York, 1904. (La traducción de los fragmentos del libro Adolescence que van a aparecer en el artículo son mías.)

2 S. HALL, Adolescence, Vol.I, D Appelton and Company, New York, 1904. En la actualidad, con los trabajos de la neurociencia, podemos señalar que la afirmación de Rousseau intuía la profundidad de las transformaciones de este periodo. En el adolescente se producen cambios, tanto neurológicos como endocrinos, de una envergadura similar a los que suceden en el proceso del parto humano y el primer año de vida.

3 “En 1908, G. Stanley Hall, director de la Clark University de Worcester, Massachusetts (Estados Unidos), nos invitó a Jung y a mí a dar en dicho centro una serie de conferencias sobre psicoanálisis, las cuales fueron amablemente acogidas. Desde entonces, el psicoanálisis se ha hecho popular en Norteamérica”. S. FREUD, Esquema de psicoanálisis y otros escritos de doctrina psicoanalítica, Alianza Editorial, Madrid, 1986. p. 19.

4 Stanley Hall también pensaba que muchos de los conflictos sociales de los adolescentes desaparecerían espontáneamente con el paso a la edad adulta. Incluso llegaba a afirmar que los esfuerzos educacionales o disciplinarios eran innecesarios.

5 Gesell no distingue entre crecimiento y desarrollo. En psicología evolutiva se distingue entre crecimiento que supone una serie de cambios físicos, visibles en el cuerpo, y desarrollo que tiene que ver con la evolución o la mejora de alguna capacidad. El desarrollo se relacionaría con la adquisición de nuevas habilidades.

6 En España el libro de Margaret Mead se tradujo por Adolescencia, sexo y cultura en Samoa.
7 M. MEAD, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, Editorial Planeta De Agostini, Barcelona, 1985. pp.

12-13.
8 Op. cit. p. 24
9 Op. cit. pp. 153-1544.
10 “Así como un imbécil incurable no se frustraría definitivamente en Samoa, mientras que constituiría una carga pública en una gran ciudad norteamericana, los individuos con una ligera inestabilidad nerviosa tienen oportunidades de vida mucho más favorables en Samoa que en Estados Unidos”. (Op cit. p. 194).
11 Op. cit. pp. 196-1977.

12 Op. cit. p. 223.
13 Op. cit. p. 199.


BIBLIOGRAFÍA
S. HALL, Adolescence, Vol.I, D Appelton and Company, New York, 1904.
M. MEAD, Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, Editorial Planeta De Agostini, Barcelona, 1985.
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Conductismo', Revista de Historia de la Psicología, vol. 30, no. 4, 2009.
A. GESELL, El adolescentede 15 y 16 años, Paidos Educador, Barcelona, 1984.
A. GESELL, El adolescente de 10 a 16 años, Paidos Psicología Evolutiva, Barcelona, 1987.
R. MUUSS, Teorías de la adolescencia, Editorial Paidos, Buenos Aires, 1976.
S. FREUD, Esquema de psicoanálisis y otros escritos de doctrina psicoanalítica, Alianza Editorial,
Madrid, 1986.

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